«Fue un milagro salvar mi casa, pero desde hace meses no me dejan entrar, y la paciencia se agota»

La historia de Vicente Leal y la erupción de La Palma es una de las más agridulces de esta catástrofe. Por un lado, salvó su casa, la más próxima al volcán, que había quedado sepultada por la ceniza y la logró desenterrar tras el fin de la erupción, pero luego no le permitieron volver más, lo que le impidió terminar el alisamiento del material volcánico que tuvo que remover, para no dejar huella en el nuevo paisaje

Un año después del inicio de la erupción, Vicente Leal no se puede sacar de la cabeza -porque es un recuerdo de los que se quedan grabados a fuego en la memoria- el momento en que escuchó el infernal estruendo y la imponente salida de lava por diferentes bocas, a no demasiados cientos de metro de la vivienda de dura piedra que durante 30 años fue construyendo con sus propias manos, y que tenía las autorizaciones para uso turístico.

EL VALLE conversa con él justo en el lugar más próximo al nuevo volcán en la carretera de San Nicolás (Las Manchas), la LP 212, en la única recta que queda ya de la vía original, a partir del cual ahora está prohibido continuar, como indica una barrera, una señal, junto al que hay personal contratado por las Administraciones públicas. Una carretera que de repente se pierde a los pies de la nueva, inmensa, negra montaña.

«Soy el propietario de la casa más cerca del cono, una casa que sufrió lo indecible, y está tan cerca del volcán que parece mentira que se haya salvado; gracias a Dios se salvó, y para mi es un símbolo de la residencia al volcán y un milagro de la naturaleza», confiesa, emocionado, con la enorme mole que la erupción construyó en 85 días de incesante vomitar de lava y piroclastos.

La vivienda de Vicente Leal, cuando estaba enterrada por la ceniza.

Hace meses que no puede acceder hasta la vivienda, de la que logró no perder la pista por la chimenea que se insinuaba en medio de un paisaje sepultado por metros y metros de ceniza volcánica, lo que le permitió desenterrarla en cuanto se pudo acercar con cierta seguridad a la zona.

Vicente Leal.

Explica que está a la espera de que alguien de las Administraciones públicas se ponga en contacto con él y le digan qué puede o se debe hacer en ese lugar. «Porque yo sigo siendo el propietario y además tenía licencias para un proyecto de explotación turística», comenta Leal.

Sabe que la casa ha quedado tan cerca del cráter y de una de sus últimas coladas que ahora se encuentra en un lugar estratégico del nuevo paisaje, y cree probable que esa zona se proteja, una perspectiva que en principio no le inquieta, porque si antes amaba ese paraje, ahora también lo valora, porque el dolor de lo ocurrido no le nubla la conciencia de que los volcanes forman parte  consustancial de la belleza de la isla.

Pero como propietario quiere que se le tenga en cuenta: «Después de la erupción se ha dicho por activa y por pasiva que se va a hacer una apuesta firme por su aprovechamiento turístico, y a mi me gustaría participar con esa vivienda que yo he construido y que para eso la hice en su día, pero echo en falta la comunicación conmigo de quienes van a tomar las decisiones».

La casa de Vicente Leal, junto al volcán.

Aún así, confía en que al final «los derroteros vayan por el camino de que se me tenga en cuenta, porque aquí hay una inversión mu grande durante 30 años, y me gustaría ser beneficiario de un proyecto en el que tuviera una parte proporcional que corresponda».

«Estoy esperando desde hace muchos meses, pero lo paciencia se está agotando. ¿Se imagina el sufrimiento que tiene uno después de un año desde el inicio de la erupción? Eso lo sabe solamente quien lo pasa, porque me acuesto y me levanto pensando en esa finca, que era mi pequeña empresa, mi medio de vida, y ahora está inutilizada en medio de una total incertidumbre», se lamenta Leal.

El antes y el después de la erupción: así cambió el paisaje

El paisaje que se ve desde el lugar en que EL VALLE realizó esta entrevista, en septiembre de 2022, nada tiene que ver con el de un año antes, como muestran las fotos superiores. La mole del volcán, las capas de ceniza y la elevación del terreno por las coladas lo convierten en un nuevo mundo creado por la naturaleza. Un cambio tan repentino que para la mente humana es complicado asimilarlo tan rápido.

Así explica su sensación Vicente Leal: «Cuando llego aquí lo que se me pasa por la cabeza es que esto es como un cuadro en el que un pintor ha pintado encima otro cuadro diferente, otro paisaje; ha cambiado totalmente, pero no por eso deja de ser un paisaje atractivo, desde donde se ve el mar y los pinos que se están poniendo verdes». Y añade: «Ahora el silencio es mucho mayor porque la carretera ya no está». De hecho, cuando este palmero dejo de hablar, lo que se escuchó fue precisamente eso: el completo silencio de un lugar que surgió con el más brutal rugido que pueda atestiguar un ser humano.

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