LA DEFENSA DE LA PLATANERA ANTE EL DESPRECIO A NUESTRA CULTURA

ARTÍCULO DE OPINIÓN.

ELÍAS NAVARRO.

LICENCIADO EN DERECHO Y PORTAVOZ DE LA PLATAFORMA DE AFECTADOS POR LA CARRETERA DE LA COSTA.


Se han escrito, escriben y escribirán ríos de tinta sobre la reconstrucción de nuestra isla. Muchos hemos asistido perplejos a la creación de una cierta tendencia, por parte de representantes, no solo políticos, sino agrícolas, que menosprecia o incluso desprecia una de nuestras principales señas de identidad, el sector primario, y en particular la agricultura y el plátano.

Este (particularmente) símbolo de identidad y distinción no solo de la isla de La Palma sino de todas Las islas, ha enarbolado la bandera de nuestra canariedad de forma ininterrumpida, siendo nuestro orgullo con algunas de las campañas mas exitosas e ingeniosas para dar a conocer nuestra cultura, nuestro modo de vida fuera del Archipiélago, consiguiendo competir incluso en desigualdad de condiciones con otros productos foráneos e implantando en la mente del consumidor que, incluso con esta desigualdad, nuestro producto merece la pena un esfuerzo extra, pues no sólo sus características intrínsecas, sino la tradición, esfuerzo, cultura (e incluso cariño, diría yo) necesarios para su producción lo amerita, aguantando embestidas de todo tipo durante décadas y décadas, resguardándonos de decenas de crisis, nacionales e internacionales. Ahí ha estado siempre nuestra platanera para darnos sombra bajo su hoja, justo entre el hijo y la abuela; ahí, justo ahí, nos ha guardado siempre un asiento.

Es por eso que es especialmente doloroso ver obras o infraestructuras diseñadas sin duda para modificar nuestro modelo, nuestra forma de vida, aquello por la que nuestros antepasados lucharon y muchos dejaron la salud e incluso algunos la vida dentro de estas fincas construidas a mano, piedra a piedra, con un valor sentimental incalculable, un valor paisajístico y etnológico que realza la belleza y particularidad de la orografía de nuestras islas; y, aunque (algunos) no lo quieran ya ver, el gran motor económico de La Palma pasado, actual y (si queremos y luchamos por él) futuro.

Tenemos una red de infraestructuras, maximizando la eficiencia productiva de nuestro terreno, que son la envidia de todo el territorio nacional; un sistema de aparcerías elogiado desde Europa, que ha permitido un progreso y una redistribución de la riqueza en la isla imposible de otra forma. Es muy conocido el dicho popular en el Valle «los plátanos compran casas, las casas no compran plátanos», significando sin duda el valor que ha tenido para el desarrollo, incluso académico, de los palmeros, pues muchos (me incluyo aquí) hemos podido salir fuera a obtener nuestra formación universitaria gracias a este sistema, sumándole un valor añadido al progreso de una isla menor como la nuestra.

Una colada volcánica en las plataneras de Tazacorte. / I LOVE THE WORLD

Durante esos tres meses de erupción vimos un sufrimiento que solo conocíamos por las películas; era algo de ciencia ficción que aún hoy nos cuesta digerir. Cuando empezó, comencé a ver a un señor todos los días en la misma esquina de la plaza de Argual, todo el día inmóvil mirando hacia el volcán y sus coladas. Le pregunté un día a mi padre quién era esa persona y él me respondió: “Un señor que tiene los plátanos por allá de Las Norias; está siempre pendiente de que no le lleve lo suyo, que bastante trabajó para conseguirlo”. Les puedo asegurar que era una imagen descorazonadora, día tras día, durante tres meses.

En mi caso, me vi desplazado tres meses de mi vivienda, en una pequeña parcela que fue el último legado que me dejó mi abuelo, con los materiales en la puerta para comenzar a reformarla, pensando que nunca más podría volver. Durante las primeras semanas no fui ni un solo día a ver aquel monstruo, ni siquiera miraba en esa dirección a pesar de que la lava amenazaba con llevarse mi casa y la finca que mi familia tiene en la zona. Pero una tarde fuimos a verlo y aquella montaña se abrió por la mitad delante de nuestros ojos, cambiando la dirección de la colada y alejándose de lo nuestro…

Miembros de la Plataforma de Afectados por la Carretera de la Costa.

A partir de ese día hasta el último día de emergencia volcánica, nos subíamos al camión a la misma hora y recorríamos el mismo trazado, no sea que el señor se enfadase y volviese a por nosotros. No se me caen los anillos al decir que alguna lagrima solté el día que pude volver a cruzar la puerta de mi casa. Les aseguro que a pesar de lo sufrido nos sentimos unos afortunados, pues conservamos lo nuestro, suerte que, desgraciadamente no hemos tenido todos los palmeros.

Estos son solo unos ejemplos que significan el apego que tenemos a nuestra tierra, el valor que tiene para nosotros y el esfuerzo que nos ha costado conseguir vivir de esta forma, NUESTRA forma.

Es por eso que nuestro pueblo, nuestra isla e incluso diría que nuestras islas vecinas, se han solidarizado con nuestra causa («que no nos quite la administración lo poco que nos dejó el volcán»), pues no solo defendemos y representamos a los vecinos de los barrios afectados por la proyección de la futura vía de la costa, sino que defendemos y representamos nuestra idiosincrasia (de todos) y nuestro estilo de vida, ese que nos ha llevado a tener tantos años de prosperidad y tranquilidad, recolectando mas de 30.000 firmas en contra de este trazado y consiguiendo unas movilizaciones sociales muy rara vez vistas en la isla, amén de la aprobación por unanimidad parlamentaria de una propuesta no de ley para la modificación del trazado, alejándolo de las viviendas e intentando minimizar el daño a cultivos al mínimo indispensable.

No nos oponemos al progreso. Evidentemente, nuestro modelo es mejorable y debemos mejorarlo, pero es una obligación defender el legado de nuestros abuelos, defender nuestra bandera y conservarla. Debemos mejorar el sistema hidráulico de la isla, sin duda, repensar y reparcelar las fincas perdidas bajo la lava de una forma más eficiente (también), pero siempre contando con la opinión mas importante: la del afectado, pues será él quién deba decidir cómo se reconstruya su isla, con el apoyo técnico necesario por parte de la Administración.

Termino con una reflexión: el ser humano por naturaleza tiende a infravalorar lo que tiene con el paso del tiempo; ya sea por pura rutina o habitualidad acaba cambiando de vehículo sin necesitarlo, dejando a una pareja que lo llena en todos los sentidos o, lo que es incluso (desgraciadamente) más habitual, apartando a sus mayores, particularmente a sus abuelos, tratándolos muchas veces como si ya estorbasen y ya no fuesen necesarios, relegándolos a un segundo plano, hasta que, inevitablemente, y por ley de vida, se van.

Los mismos abuelos que el día de nuestro nacimiento fueron orgullosos e ilusionados a comprarnos una cañita de pescar, con la esperanza de algún día poder enseñarnos a usarla, los mismos que nos cuidaron en nuestros momentos de enfermedad, los que nos enseñaron a poner la mesa, a que la sopa no se sorbe, a que se entra a los sitios dando los buenos días y a despedirnos al salir, a dar las gracias siempre… y los mismos que en los momentos de dificultad jamás nos fallaron, siempre tuvieron un plato de comida para nosotros y una cama a nuestra disposición, sin pedir (nunca) nada a cambio.

Elías Navarro.

Y cuando se van dejan un vacío imposible de llenar, un recuerdo constante, diario, que reverbera en todas las pequeñas cosas que nos transmitieron, y un dolor inconsolable que nunca terminará de sanar, pues por mucho que hayamos hecho por ellos, siempre sentimos que nunca ha sido suficiente.

El plátano en La Palma es nuestro abuelo, sin duda, el de todos; nos dio zapatos para caminar, ropa para vestir, una cama para dormir, un techo bajo el que resguardarnos, una educación para poder progresar y, resumiendo, un modo de vida único, nuestro, intergeneracional y valioso por sí solo. Es por eso por lo que no podemos abandonarlo en un momento de dificultad, pues él no lo hizo con nosotros en 2009, ni en 2020 ni lo hará en las crisis futuras. Es por eso por lo que debemos luchar por conservarlo, cuidarlo y, por supuesto, resembrarlo, porque sí, debemos resembrar hasta la última mata si es posible, porque cuando no esté, ese vacío, ese dolor y ese recuerdo, casi diría remordimiento, nos acompañará siempre; no lo duden.

Y nunca olviden que el (verdadero) capitán siempre lleva el barco a puerto, nunca abandona en la marejada y siempre es el último en abandonarlo, incluso hundiéndose con él; y, en este caso, aún estamos a tiempo de llegar a puerto.

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